Rosario Nieto del Pino, infinita

JUAN MANUEL MORALES.

Se acaba de ir un ser especial, de este mundo triste tantas veces de los vivos hacia un merecido mar de gloria eterna. Una mujer tan menudita como inmensa, tan discreta como también artista. Alguien con quien deseé coincidir en generación y que hoy es un lugar en mi cabeza y pecho, y cuyas bellas facciones se han convertido en la imagen de fondo de pantalla de mi teléfono móvil, que tras semanas con ella se resiste a ser cambiado y dejar de formar parte de mi cotidianidad, aun viéndola una y mil veces; es imposible al mirarla olvidar su atención de estar presente en la inauguración de mi exposición en el Museo. Nos quedó mucho por preguntarle y mucho por compartir con ella. Mostró un sobre esfuerzo por darse a todos en sus últimos días, incluso ya en el hospital; me aferro yo en continuar descubriéndola aun después de su adiós, a través del amor que por ella profesaron su “niño” Francisco o Nati Nieto, o Lolita Crespo e Inmaculada Lucena, o a través de lo que de ella recuerden las sobrinas de la que fuera su amiga del alma Concha Cabello.
Sepan que la entonces casi niña “Rosarito” fue la primera voz consciente del valor de las piedras históricas, de aquello de que “la tierra es más que tierra”, descubriendo, dando su valor y documentando a mediados del siglo XX la lápida romana de Cayo Musidio, y el dolmen prehistórico del cortijo del Poyato; que fue la única que realmente alzó el teléfono para informar a Córdoba del error de querer tirar el Palacio de Benamejí, y que lo sufrió y lo recordó hasta el final de su vida, como muy pocos, o quizás como lo hiciera la también artista Fuensanta.
Conoció al gran José María Labrador, fue su única alumna de Benamejí, y pintó con él en su estudio sevillano del barrio de Santa Cruz. El retrato que hizo a su especial hermana Martina tiene pinceladas del maestro. El tiempo de Labrador era también el tiempo de viajes con su hermana a la feria de Sevilla, quizás en esa joya de la automoción de la familia que es el coche modelo Buig de los años 20, que aún se conserva y que no debiera perderse… como no se perdió el portón de su casa, que luce espléndido, y que enamora a quienes nos visitan para conocer los portones de Benamejí.
Las ya míticas pinturas de las paredes de su casa, qué fueron sino los “grafitis” de una joven artista, con necesidades de expresar su mundo interior, bucólico, ideal y amoroso… pinturas a modo de fantasías naturales, que cubrían al completo las paredes de su habitación, de temas pastoriles como la Divina Pastora de su portal, o fantásticos como las sirenas del baño, que a título personal me marcaron profundamente.
La joven Rosarito admiró y reprodujo a Murillo, como encontramos en su lienzo de Jesús y San Juanito de la iglesia, y emuló a Zurbarán, en el monumental retrato de su madre; y hay ecos de un costumbrismo tardío en su multitud de cuadros. Si bien navegó en la amabilidad de las estampas de los años 40 y 50, con su multitud de ángeles o la iconografía imperante del Corazón de Jesús para un estandarte, bien es cierto que aportó un trasfondo realista y humano en todas las miradas. Y sobre todo el valor documental local de utilizar espacios y caras bellas de aquí, que posaron para su monumental y libre versión de su virgen del Carmen, o caras pintorescas, como la de la niña llenando el cántaro de El Tejar junto a un característico pozo compartido de Benamejí.
Pero decoró por igual muchas otras cosas, bandas de camarera mayor, pancartas para calles, e incluso me contaba un familiar, Paco Nieto, que decoró unas típicas corazas de romanos de pasión de Benamejí.
No obstante cultivó además la creatividad e imaginación, en obras como el espantapájaros o las citadas sirenas…
Las “sirenas” hermanas, nobles, libres y creativas Rosario y Martina, costearon estudios, cedieron locales para trabajadores tras los movimientos de la Grieta, donaron terrenos para reubicar la antigua capilla del cementerio viejo, emplearon a muchos trabajadores del campo y del aceite en el Molino de Santa Teresa de Calle Antequera y en la Molina de Ramírez, en cuya bella laguna parecieran permanecer sus espíritus…. Ellas junto a su primo Joaquín Villegas, iniciaron la tradición de cabalgatas de Reyes, fueron creativos y amaron la fantasía de los disfraces y la interpretación -de hecho Martina aparece como actriz en la sección del teatro de los años 20 en Benamejí del Museo de La Duquesa-; más recientemente, Rosario cedería la antigua casa familiar del alcalde Ramírez para la Muestra Etnográfica dirigida por Baldomero, sin duda preludio de lo que será el Museo de Benamejí, momento ese en el que Gracia Crespo como concejal de cultura dio a conocer a la pintora y puso en valor su figura. Después sería protagonista del V Encuentro con Nuestro Patrimonio.
Nos queda hoy mucho por citarla y aprender de su legado. Nuevas creadoras, como Carmen Melero y Dolores Melero, la visitaron y la descubrieron recientemente y quedaron maravilladas ante su obra y su persona servicial, activa, lúcida y con pinceles en mano hasta el final.
Recuerdo, en el desafortunado derribo de la casa histórica de Antonio Arjona de calle iglesia, sus pinturas de ángeles al final de las escaleras…y no imagino subiendo por las escaleras del cielo un ángel más hermoso que ella. Adiós Rosario, mirada limpia del color de la miel, sirena en calma, dulzura infinita.

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