Casado hoy con la cándida Araceli y padre de dos hijos que recogen su tendencia a las artes plásticas, desde pequeño Francisco desarrolla un interés por crear cosas con la madera que le ha llevado a pasar por la marquetería, incrustaciones y puzles. Siendo niño, el maestro Antonio Arias le muestra unos collages de madera que reconoce le aportaron. Pero fue Antonio Martín, hoy casi legendario carpintero y artista de la madera, la figura más decisiva en su formación. Le regaló una máquina de coser que trasformada para marquetería le sirvió para los primeros recortes. De éste recordado carpintero, vecino de su calle, la calle Gracia, conserva unas copias de manuales de artesonados mudéjares españoles, que si bien le han enseñado mucho, son además hoy la muestra de la loable formación de ese otro creador local. De hecho manuales como esos, originales y de Antonio Martin, son hoy propiedad del museo, pues inspiraron las puertas historicistas que éste ejecutara para la casa de la familia Velasco Plasencia de calle Iglesia. Pero Francisco ha alejado su trabajo de lo figurativo, madurando continuamente y adentrándose en terrenos más conceptuales.
Se reconoce como un aficionado, pero sorprende cómo su trabajo enlaza con las construcciones de madera japonesas, en las que todo encaja, sin utilización de clavos. Es de admirar cómo es conocedor de bibliografía sobre el tema, como un primer libro de puzles escultóricos de 1731, así como que pertenece a diversos foros de internet de creadores de este tipo de obras. Nos habla de la obra Júpiter, una escultura americana de referencia para él y nos cita al escultor Miguel Ortiz Berrocal -Vva. De Algaidas 1933, Antequera 2006-, como una de las figuras más representativas de este arte, que ha elaborado piezas valoradas en más de 30000 €, inspiradas en la ciencia, en la geometría, en los números y basadas en la desmontabilidad y en la didáctica de lo que se toca, compone y recompone. Y todo ello ha influido profundamente en Francisco, que sigue admirando estas obras, fundamentales para entender la historia del arte español de mediados del siglo XX.
Por su parte la obra de Bueno ha recibido la atención de Canal Sur, que emitió un espacio sobre sus trabajos, y también la atención del ayuntamiento de Benalmádena, donde existe una obra suya, o la de unos laboratorios de Almería donde se ubicará su proyecto actual de una fuente-escultura. Sus piezas han viajado y están incluidas en algunas de las colecciones más importantes de este tipo en Japón o Estados Unidos. De hecho, otros de sus trabajos, sus artesonados, se pueden encontrar en algunas de las mansiones más fastuosas de Beverlly Hills; no en vano llegó a tener una empresa de techos artísticos y obras de incrustación y taraceas. Pero no necesitamos desplazarnos tan lejos para admirar su trabajo en ese campo: la elaborada barra del bar de copas Síngilis de Benamejí es una obra suya, todo un clásico, una joya.
Y complace ver cómo al final todo es más cercano de lo que parece: El Síngilis, y casi en frente el desaparecido taller de Antonio Martín, y de nuevo enfrente la casa de su niñez donde la madre de Francisco, Josefa Montes, te recibe con una simpatía y amabilidad admirables, orgullosa de su hogar, rodeada de paredes pintadas de ese color verde de los “Labrador”, ese color tan singular y tan nuestro, que pareciera ser el responsable de su alegría. Y hablar del padre de Francisco es hablar de cultura en Benamejí: Juan Bueno, uno de esos constructores que dejaron las mejores obras del Benamejí del siglo XX, como los Vida, coetáneos y familia suya además. Juan Bueno fue el responsable de las escaleras curvas de la casa de José Marrón, conservada aún, y de otras desaparecidas de las casas de la misma calle que esa, y en esquina con calle José María Labrador. Juan usó terrajas y moldes de madera hechos por Antonio Martín y nos dejó las historicistas lucanas morunas de la torre de electricidad de La Molina y la de la Fuente de Los Caños, edificios que no deben desaparecer, o las ventanas de ese tipo de la propia casa de Francisco Bueno.
Y seguimos cerca de la casa paterna para quedarnos con el que fuera su amigo de juventud, José Martín Neri, Poro, con el que escribió los estudios de arqueología publicados en la mítica revista de los años 80 Hisn Bani Basir. Y quizás sin ser conscientes, el pionero y admirable interés de ambos nos dejó datos fundamentales y piezas que hoy Francisco, sorprendiéndonos, ofrece para el Museo.
Y seguimos ahí, justo en la zona de el Árbol de Poro, el cien veces nombrado en poemas, el de la sombra apacible, el espacio de acogida del fervor popular y punto de partida de romerías y ofrendas. Un icono al que, tras el injusto trato recibido, Francisco ha decidido dar nueva vida, proponiendo a Cultura la ubicación de su obra en el lugar que ocupara el árbol completo de Poro, cuyas formas inertes, que pudieron ser consolidadas, van a ser recordadas ahora con una escultura que será un símbolo de unión, colocada sobre un tronco, que es ya símbolo de la importancia de respetar nuestras raíces.
Esta obra se sumará a su colección de piezas únicas, esculturas imposibles, de maderas nobles, de significado profundo a veces y difíciles y precisas de ejecutar y componer.
Si Francisco Bueno nos invita a conocer al escultor Berrocal, desde aquí le invitamos a que se atreva a sentirse el escultor Chillida y soñar con su escultura Peine de los vientos, que se asoma al Cantábrico, para trasladarse a un espacio como puede ser La Grieta e imaginar ahí algo así. Y no queda lejos eso de las ilusiones de Bueno, que sueña con ejecutar una de sus pequeñas obras a gran escala. Y sería justo ayudar a concederle ese sueño, porque qué menos que devolver a la gente como él, algo de lo mucho que nos aporta.
