El Sueño de la razón

TERESA CABELLO RUIZ

128--cineUn matrimonio se separa tras la pérdida de su único hijo. La tragedia se extiende a los amigos, quienes dejan de reunirse tras el terrible acontecimiento. Pasados dos años, todos ellos reciben una invitación para volver a encontrarse. Sin embargo, la velada no será tan amena como esperaban.
La invitación (The Invitation, Karyn Kusama, 2015) consigue trasladar al espectador la incertidumbre y la tensión del protagonista de modo magistral. Como sucediera en Coherence (James Ward Byrkit, 2013), pocas veces una cena de personajes –esta vez, doce− ha dado un juego tan inquietante y claustrofóbico. Pero más allá de la historia contada, existe otra subyacente igual de interesante: aquella que versa tanto sobre los traumas y la destreza para superarlos, como del peligro de depositar nuestra confianza en dogmas antinaturales y sectarios que pueden extenderse como una plaga entre mentes frágiles. En La invitación no hay entes del más allá, el miedo deriva del entorno más cercano, cuando los verdaderos monstruos pertenecen a una realidad muy próxima. Yo de ustedes me andaría con mucho ojo si alguien con el que no se relacionan desde hace mucho le avisa para confraternizar en una cena…
Lo confieso. Cuando estudiaba a Goya no soportaba la visión de El quitasol, ni La Gallinita ciega, ni los cartones para tapices del tipo El baile a la orilla del Manzanares, aunque, obviamente, reconocía su valor documental. El Goya que a mí me gustaba estudiar –como a casi todos− era el Goya libre de encargos institucionales, aquel que pintaba para sus amigos o para sí mismo, el que se divertía y experimentaba, el del perro hundido y los romeros grotescos de san Isidro, el del Disparate de miedo y el de los Caprichos de brujas. Aquellos que, como yo, sucumben ante el arrebato producido por las Pinturas Negras no debieran perderse La bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015), una maravilla pictoralista –preciosismo absoluto− cuyo argumento se basa −como ya hiciera el danés Benjamin Christensen con la impresionante Häxan (1922)−, en documentos históricos y cuentos populares provenientes de Nueva Inglaterra. No esperen una película terrorífica de esas en las que has de taparte los ojos como cuando eras un infante para poder soportar el horror, no. La bruja se recrea en el terror psicológico, en el miedo a desconocer qué sucede realmente, en el temor hacia lo sobrenatural y la angustia que suscita desconfiar de tu propia familia. Una familia, que, por otra parte, asusta ya en sí misma sin necesidad de hechiceras y demonios. No sólo asistimos al retrato de una bruja, como en la novela de Luis de Castresana, sino, igualmente, al retrato de una locura colectiva producida por el fanatismo religioso y la superstición. Esa dualidad interpretativa y su espectacularidad visual conforman una de las películas imprescindibles del año. Una auténtica maravilla.

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