Don Eduardo Granados Marrón, maestro de escuela

Juan Manuel Arjona // Mi último maestro en Benamejí: Don Eduardo Granados Marrón.

Don Eduardo Granados Marrón (1911-1978). Le tocó vivir, como veis por las fechas, una de las peores etapas de la historia española. Su nacimiento coincide con la gran crisis que desató la pérdida de las últimas colonias americanas para de muy joven sufrir las consecuencias indirectas de la I Guerra Mundial, las dictaduras de Primo de Rivera y los convulsos años de la primera República. Su juventud le sumerge en la gran contienda fraticida para a continuación, en plena madurez, vivir las penurias, hambrunas y calamidades provocadas por la última dictadura y el bloqueo al que fue sometida España tras la II Guerra Mundial. Sólo los últimos años de su vida fueron apacibles con cierto desarrollismo social. La traicionera muerte se lo llevó cuando la incipiente democracia asomaba por el horizonte político. Todos estos avatares adversos le forjaron un carácter serio; dándole además las virtudes de la templanza, la paciencia, la prudencia, la fortaleza, la eficacia y la bondad.
Sirva este artículo como mi más sincero agradecimiento por sus enseñanzas a la vez para indicar y que tengan en cuenta los docentes- maestros y profesores- que esa etapa de nuestras jóvenes vidas marca para siempre nuestro futuro. Es muy natural que los niños que posteriormente cursan estudios superiores se decanten en seguir la línea que le ha inculcado un buen maestro. Me explico: si un niño ha tenido un gran profesor de lengua y literatura lo normal es que haga una carrera de letras, si por el contrario el pedagogo le ha hecho comprender con acierto los números, este se inclinará por carreras científicas.
Esto me ha ocurrido a mí, aunque mis inclinaciones primarias fueron la literatura, la historia y las humanidades en general, las clarividentes explicaciones del matemático D. Eduardo me llevaron por el camino de las ciencias físicas y de la naturaleza. Con qué naturalidad hacía comprender los más difíciles cálculos de la aritmética, lo enrevesado de la geometría y el álgebra, para los más avanzados incluso se atrevía a mostrarles la trigonometría con la complejidad de los ángulos en tres dimensiones.
Tenía él la gran concepción de ensamblar la enseñanza con la práctica de la vida y el trabajo, lo que hoy denominamos educación activa a la vez que personalizada, ahí radicaba su gran formación pedagógica, todo lo encaminaba para que le fuese útil al alumno; veía él, que ese muchacho pronto se enfrentaría a la jungla del mercado de trabajo, pegarse a su padre artesano o a continuar su formación. Si el alumno era descendiente de maestros carpinteros les educaba en los secretos del cálculo de volúmenes, si era de los albañiles se esmeraba en mostrarles las medidas de superficies y geométricas, si era agricultor incidía en las medidas agrarias y si lo veía encaminado a proseguir estudios intentaba darle una formación completa.
Aunque su especialidad eran los números también dejó huella la formación humanística que inculcó a los que tuvimos la suerte de tenerle como instructor: era amante de la honestidad sin cortapisas, de la honradez sin límites, de la honorabilidad sin fronteras, de la verdad sin tapujos y del café sin azúcar. Mientras otros maestros ensalzaban la pluma de Pemán, él desde su cátedra-tarima nos ordenaba leer a los Machado, Lorca e incluso al clandestino Miguel Hernández; con él los conocí yo.
Era D. Eduardo un pedagogo muy avanzado para su tiempo, donde los planes de estudios primarios no estaban todavía muy definidos y quedaban al gusto e intuición de los maestros. Podemos considerarlo también como el precursor de los que hoy denominamos talleres formativos u ocupacionales pues, para aquellos alumnos que él veía que no se le podía sacar más, disponía de un huerto en las postrimerías de la escuela de la calle Jardines en el que les enseñaba a cultivar adecuadamente la tierra con su plantación de tomates, pimientos, patatas, melones…
En cuanto a las medidas disciplinarias que aplicaba podemos afirmar que era muy condescendiente y respetuoso con sus alumnos; comparándolo con otros colegas: ‘un ángel’. Rara vez empleaba el azote, sólo a los burlones, maldicientes e insumisos les hacía probar el escozor de su correillo. Las infracciones más leves las penitenciaba con algunos libros sobre las manos en cruz.
Podría escribir, con lo que conozco de él, sus anécdotas y sus enseñanzas, su biografía, pero no lo considero necesario; sólo para finalizar diré que también manejaba como nadie las medidas antiguas, con sus múltiplos y submúltiplos con sus correspondientes conversiones al sistema métrico decimal; medidas que en aquellos años todavía era corriente su uso. Medidas agrarias en fanegas, cálculo de volúmenes de tonelería e incluso aforamiento de la capacidad de las tinajas, conocimiento que sólo tenían muy determinados maestros tinajeros de Lucena.
Sirva como un pequeño homenaje póstumo a su persona y memoria este cuadro que he confeccionado. A D. Eduardo Granados siempre lo llevaré en mi corazón porque me ayudó a encaminar mis estudios y por motivos que no os puedo contar.
¡Cómo echamos en falta maestros de ese calado, semblante y carisma!

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Eduardo Granados Marrón

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