JUAN MANUEL ARJONA BUENO. Esta historia, enclavada en la década de 1870, se encuentra entre los documentos de uno de los legajos del Archivo Señorial de Benamejí. Narra unos acontecimientos novelescos ocurridos en el seno una familia de la que falsearemos los apellidos y fechas exactas, aunque la ley no lo impide ya que ocurrió hace más de cien años, por si pudieran herir sentimientos de los descendientes directos. Además de hacer caso al dicho popular: “se debe decir el milagro no al santo que lo realizó”.
Se trata de una carta-informe de remitente anónimo, persona ilustrada a tenor de la exquisita caligrafía, la riqueza de vocabulario y magnífica exposición narrativa. No presenta firma ni fecha y supuestamente, esta información confidencial, va dirigida al IX marqués, Juan de Dios de Bernuy Jiménez de Coca, en unos momentos históricos en que se pleiteaba sobre el derecho de propiedad de las tierras y casas del Señorío de Benamejí; un litigio centenario entre los Señores Marqueses en decadencia, por las leyes supresoras de los señoríos y sus privilegios, y la nueva burguesía terrateniente en ascenso; pleito que ya en 1793 había interpuesto la Orden de Santiago ante la justicia del reino el ‘derecho de tanteo’ (que el Señorío de Benamejí pasara a jurisdicción y propiedad Real, para recomprar las tierras a la Corona a precio que las pagó el fundador de Benamejí en 1549). Perdió el juicio la Orden de Santiago y un grupo de terratenientes lo volvió a interponer en 1814. Una guerra jurisdiccional en la que valía todo como arma arrojadiza, incluso la vida privada, como veremos, para desprestigiar, envilecer y descalificar al oponente; en definitiva tener toda la información, habida y por haber, para en caso preciso usarla a la contra. Se llegó incluso a las descalificaciones personales entre el abogado del Marqués, Mariano Fonseca, y el grupo pretendientes de las tierras del Señorío; polémicas con insultos, calumnias e injurias incluidos, que fueron publicadas por el Diario de Córdoba en “La Crónica” (suplemento extraordinario de este periódico).
¿Qué otra explicación puede tener que se halle un relato de este tipo entre los papeles archivados de los Marqueses?
El documento que consta de cuatro folios manuscritos narra literalmente lo que sigue.
“Tutoría reservada de la familia Pero Díez.
Don José Pero Díez siendo soltero contrajo matrimonio con doña Josefa Garcí de Aroca de estado honesto. Aportaron pocos bienes a la sociedad conyugal; pero dedicado el consorte a la labor, empleo y más especialmente a los préstamos con premios excesivos multiplicó el caudal que se acrecentó con la buena herencia que obtuvo la esposa de su padre; hasta el extremo que cuando falleció ésta, el cuatro de mayo de mil ochocientos setenta y cuatro, se le reputaba como hombre de cuatro a seis millones de caudal. De estas nupcias no tuvieron prole. El marido tuvo relaciones amorosas con una criada, a quien le dio casa después del parto haciéndola salir de la suya.
El hijo que tuvo de esta manceba fue llamado José Pero Garcí y con este nombre y apellidos estudió y obtuvo el título de abogado, celebrando contratos y siendo públicamente conocido como hijo adulterino de don José; después varió de apellidos y se viene titulando José Anero Rojas, así es como está bautizado; y se rectificó una escritura de compra-venta; y siendo menor otorgó poder, fingiéndose mayor, para litigar contra los herederos de doña Josefa. Siempre gestionaron mucho padre e hijo para que ésta lo reconociera como suyo legítimo, lo cual no logró, porque ella no quería y porque, como va expuesto, era hijo de dañado y punible ayuntamiento.
La señora fue asediada en muchas ocasiones por el padre y el hijo, que se crió en la casa conyugal, para que testara instituyendo por heredero al fruto de maldición de aquél; y en dos ocasiones fue cohibida para testar, una vez en Antequera y otra en Rute, en pro del adulterio.
Esto lo resistía la conciencia de tan buena mujer que tenía hermanos pobres y otro de mediana fortuna; y por citar razones aprovechó una ausencia del marido y buscando extraño domicilio se presentó en Lucena, casa del Señor Arcipreste como persona de su entera confianza a quien, como letrado y sacerdote de probidad, conocedor de las personas y de todas las circunstancias relativas a la familia de que se trata, le consultó el medio y modo de evitar los perniciosos efectos de tantas coacciones y amenazas y, siguiendo su dictamen, otorgó testamento escrito ante el notario don José María de Morales y Ramón, de quien no me ocupo porque Usted lo conoce muy bien.
Así quedaron las cosas hasta que durante la última enfermedad de la indicada señora supieron padre e hijo, quizás por la criada que la acompañó a Lucena, que había hecho allí testamento cerrado que […] después trataron de recoger del notario, con quien estaban en buenas relaciones, y aunque no lo consiguieron a pesar de sus halagos y ofertas a los que apelaron para su revocación […] impidieron obtener del mismo; apelaron al medio de otorgar dos testamentos […] el uno por notario de Rute; y considerándolo incompetente por haberlo en Benamejí, hicieron el otro auto el cual fue extendido por el hijo y habiéndose presentado con el notario y los testigos ante la enferma moribunda, diciendo que esta no podía firmar, la cogió por la mano el mismo heredero y la obligó a autorizarlo. De este fiel relato hay testigos, algunos de los del testamento que firmaron sin comprender la importancia del acto.
En el testamento escrito (en Lucena por consejo del Arcipreste) declaró doña la Dña Josefa las coacciones y preveyendo las que podían ejercitarse de futuro mandó que fuera ineficaz cualquier testamento posterior que no contuviera el primer versículo del Miserere (Salmo 51 de La Biblia) en latín; lo cual no pudieron citar con seguridad.
También mandó que al liquidarse el capital conyugal no se aumentara el suyo con la mitad de las usuras, que se le devolviera (a los perjudicados) por sus albaceas, constituyéndolos árbitros. Estas declaraciones y acuerdo alarmaron al padre y al hijo que se suponían [dueños de los derechos] de los herederos de la finada, que vivió y murió mártir de los excesos y codicia de ambos.”
No nos deben de escandalizar ni alarmar los hechos narrados a tenor de que se vivía en una sociedad con un machismo arraigado que aún tiene sus secuelas en nuestros días; recordemos la tan llevada y traída ‘violencia de género’. Una sociedad en que la mayoría de los señoritos y varones poderosos, que se preciaran, tenían su ‘quería con casa puesta’ y esto era público y notorio y de pública voz y fama; consentido por todos los estamentos, desde el vecino de al lado a las más altas esferas civiles y religiosas y cuasi legitimado; era, este hecho, un símbolo de prestigio, de dominio de una persona sobre otra y de poder social; amen de enorgullecerse de ello el delincuente, sus familiares y sus amigos.
Las esposas sobrellevaban las infidelidades y abusos generalmente con sumisión, resignación y mucho dolor; muy pocas de ellas se rebelaban contra este tipo de violencia física y sicológica.
Josefa Garcí demostró, dentro del ambiente que se respiraba en su época, ser una mujer valiente al revelarse y no conformarse, contra las injusticias coercitivas cometidas contra su persona y el intento de apropiarse de sus bienes. Defendió hasta la muerte su honor, pisoteado y mancillado por su esposo.
Lo expuesto se puede hacer extensivo a toda la España de aquellos tiempos que lamentablemente no era tan “romántica” como la pintaban y novelaban.