Por Pedro Lucena.
Vivimos tiempos de cambio, yo soy un profundo defensor del proceso de cambio, disfrutar del mismo y aprender en un concepto de flujo más que en una meta concreta.
En España tenemos la mala cumbre de no reformar o hacer pequeños cambios en las cosas que funcionan hasta que ya se encuentran inservibles. Y de vez en cuando aparece algún iluminado que se erige en el fundador de un nuevo tiempo.
Han sido muchos a lo largo de nuestra historia y últimamente parece ser el telepredicador de coleta quién asume su papel mesiánico, asociando la falta de pasado con la superioridad moral y engañando masivamente con las mismas repuestas fáciles y manidas de siempre.
Pero sobre todo lo que más me molesta es su afán por desdeñar aquello que ha permitido prosperar, es la estabilidad en nuestro sistema de vida. Básicamente que gobierne la sensibilidad política que gobierne nuestras circunstancias cambiaran poco o muy poco.
Es en este contexto, de estabilidad y respeto a la libertad individual cuando las personas dan lo mejor de sí mismas, se generan planes de futuro y las sociedades prosperan .Sé que la idea romántica de la revolución seduce a muchos, pero con revoluciones la sociedad no ha logrado nunca ningún éxito, más bien épocas de nefastas consecuencias para la sociedad.
No le niego al grupo de politólogos adanistas, su inestimable ayuda a la hora de acelerar algunos cambios en las estructuras tradicionales de la política, así como su ayuda en señalar problemas que eran invisibles a la mayoría de los ciudadanos. Ciudadanía que ha vivido, de manera poco exigente con sus derechos y para nada responsable de sus obligaciones, y que espero no entregue la salvaguarda de estos a semejantes personajes irresponsables.